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En las grandes zonas de bosques del norte de los Estados Unidos, un padre y un hijo se enfrentan al poder, la riqueza y el amor. Ambos se disputan el control de un negocio maderero y el amor de la misma mujer.
Rivales es un Hawks en estado puro, a pesar de compartir cartel en labores de dirección con otro monstruo –aunque mucho más diligente para con la política de estudios– llamado William Wyler. Grupo de profesionales haciendo lo que mejor saben hacer (en este caso, rudos leñadores que acarrean enormes troncos río abajo) y que aprovechan las pausas entre viaje y viaje para armar gresca en las tabernas. Hombres que juegan y ganan, aunque realmente no parezcan darle mucha importancia a esta circunstancia a todas luces casual, preparándose siempre para afrontar esa racha en la que, irremediablemente, toque perder. Amigos fieles hasta el final e incluso un poco más allá. Mujeres modernas, dispuestas a darlo todo; agresivas, casi masculinas en la exteriorización de sus deseos y sentimientos, muerta ya la pasividad de sus roles clásicos. Y, nuevamente, un hombre que tiene dificultades a la hora de casar fidelidad y honestidad, franqueza con libre albedrío.La primera parte de la película narra la atracción que surge entre el emprendedor, bravucón y asquerosamente seguro de sí mismo Barney Glasgow y Frances Farmer, una chica que de inmediato adivinamos en absoluto convencional... una de esas perlas que aparecen en el cine de Hawks tras la barra de un bar, con traje de noche o emplumadas, cuál aves del paraíso criadas lejos, muy lejos de su hábitat natural. Ya sabéis: esos diamantes en bruto que Howard coloca aparentemente al alcance de cualquiera y que sin embargo no parecen estar ahí hasta que el protagonista queda deslumbrado por su brillo. ¿Cómo no dejarlo todo y huir bien lejos con una mujer así?
El apartado técnico de Rivales es apabullante. Me atrevería a decir que cada sección está defendida por los profesionales más competentes del momento: Alfred Newman en la banda sonora, mano a mano en la fotografía entre Gregg Toland (maestro de un tal Orson Welles) y Rudolph Maté (nada, un “aficionado” que había fotografiado La pasión de Juana de arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928. Carl T. Dreyer)) y Walter Brennan ganando su primer oscar al mejor actor secundario (precisamente, el año en que se instauró esta categoría) en un lustro mágico en el que acabaría llevándose tres. Retomemos ahora las razones por las que esta película consta como rodada a cuatro manos. Lo cierto es que la empezó Hawks, involucrándose de manera inhabitual para lo que se estilaba por aquel entonces: a pesar de estar sólidamente fundamentada en la novela original de Edna Ferber, el director la enriqueció con episodios de cosecha propia (para lo cuál se basó en las aventuras de su propio abuelo... de casta le viene al galgo.) El problema lo tuvo Hawks con un tipo llamado Samuel Goldwyn, clásico productor con ínfulas de autor e incapaz, por contra, de ponerse directamente él detrás de las cámaras. Como Howard Hughes, David O. Selznick o nuestro contemporáneo Harvey Weinstein: este tipo de individuos siempre han existido y si no, habría que inventarlos. Han sido responsables de grandes injusticias (Irvin Thalberg abrió la veda y dejó claras sus atribuciones plenipotenciarias despidiendo al mismísimo Erich von Stroheim) pero también les debemos grandes joyas del cine. Imposible quererlos, imposible odiarlos. Total, que Goldwyn se rebotó porque Hawks se dedicaba a retocar el guión en lugar de dirigir, que era para lo que él lo había contratado (“¿de qué va este? ¡Autores a mí!” debió de pensar). Nada comparado con las razones por las que, cinco años después, el propio Hawks sería despedido del rodaje de “The Outlaw” (estrenada en el 1943): Hughes se enfadó porque la película se rodaba en exteriores y... y no se veían nubes en ningún plano. Alucinante, ¿verdad?
Entraríamos en la polémica habitual en este tipo de casos –“¿quién filmó más metros, Wyler o Hawks?”- de no ser porque el contencioso se zanja sin derramamiento de sangre: el propio Wyler delega en Hawks como principal artífice del proyecto, no reconociendo el film como suyo. De todas formas, Goldwyn, además de despedir a Hawks, cambió de forma sustancial el desenlace, forzando una reconciliación padre-hijo y una improbable boda.
Es quizás en esa última media hora donde más se ve la mano de Wyler (labor, en cualquier caso, soberbia). Nos remite a esas futuras familias suyas en descomposición, sometidas a terribles pruebas de las que no siempre salen reforzadas (la lista sería casi interminable: Jezabel (Jezebel, 1938), La loba (The Little Foxes, 1941), La señora Miniver (Mrs. Miniver, 1942), Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives, 1946), La heredera (The Heiress, 1949) u Horizontes de grandeza (The Big Country, 1958)).
A pesar de que las películas con este tipo de dificultades acaban resintiéndose –quedando, la mayoría de las veces, fuertemente descompensadas- el caso de Rivales es un pequeño milagro: el rebelde Hawks y el chico bueno Wyler fusionan sus estilos en un único discurso que no queda desvirtuado por la forma –es lo bueno del clasicismo: ¿se imaginan como quedaría en la actualidad una película comenzada por Clint Eastwood y acabada por Tony Scott, logrando llevar a buen puerto una historia amarga y nada complaciente.
No en vano Hawks estaba a punto de entrar en una década absolutamente prodigiosa: sus siguientes tres films con Cary Grant revolucionarían varios géneros cinematográficos, así como la dinámica entre los dos sexos, dándole un nuevo significado a la expresión “diálogo ingenioso”.
Pero eso mejor que os lo cuente otro, ¿vale? (Jorge Mauro del Pedro, Miradas de Cine)
El apartado técnico de Rivales es apabullante. Me atrevería a decir que cada sección está defendida por los profesionales más competentes del momento: Alfred Newman en la banda sonora, mano a mano en la fotografía entre Gregg Toland (maestro de un tal Orson Welles) y Rudolph Maté (nada, un “aficionado” que había fotografiado La pasión de Juana de arco (La passion de Jeanne d’Arc, 1928. Carl T. Dreyer)) y Walter Brennan ganando su primer oscar al mejor actor secundario (precisamente, el año en que se instauró esta categoría) en un lustro mágico en el que acabaría llevándose tres. Retomemos ahora las razones por las que esta película consta como rodada a cuatro manos. Lo cierto es que la empezó Hawks, involucrándose de manera inhabitual para lo que se estilaba por aquel entonces: a pesar de estar sólidamente fundamentada en la novela original de Edna Ferber, el director la enriqueció con episodios de cosecha propia (para lo cuál se basó en las aventuras de su propio abuelo... de casta le viene al galgo.) El problema lo tuvo Hawks con un tipo llamado Samuel Goldwyn, clásico productor con ínfulas de autor e incapaz, por contra, de ponerse directamente él detrás de las cámaras. Como Howard Hughes, David O. Selznick o nuestro contemporáneo Harvey Weinstein: este tipo de individuos siempre han existido y si no, habría que inventarlos. Han sido responsables de grandes injusticias (Irvin Thalberg abrió la veda y dejó claras sus atribuciones plenipotenciarias despidiendo al mismísimo Erich von Stroheim) pero también les debemos grandes joyas del cine. Imposible quererlos, imposible odiarlos. Total, que Goldwyn se rebotó porque Hawks se dedicaba a retocar el guión en lugar de dirigir, que era para lo que él lo había contratado (“¿de qué va este? ¡Autores a mí!” debió de pensar). Nada comparado con las razones por las que, cinco años después, el propio Hawks sería despedido del rodaje de “The Outlaw” (estrenada en el 1943): Hughes se enfadó porque la película se rodaba en exteriores y... y no se veían nubes en ningún plano. Alucinante, ¿verdad?
Entraríamos en la polémica habitual en este tipo de casos –“¿quién filmó más metros, Wyler o Hawks?”- de no ser porque el contencioso se zanja sin derramamiento de sangre: el propio Wyler delega en Hawks como principal artífice del proyecto, no reconociendo el film como suyo. De todas formas, Goldwyn, además de despedir a Hawks, cambió de forma sustancial el desenlace, forzando una reconciliación padre-hijo y una improbable boda.
Es quizás en esa última media hora donde más se ve la mano de Wyler (labor, en cualquier caso, soberbia). Nos remite a esas futuras familias suyas en descomposición, sometidas a terribles pruebas de las que no siempre salen reforzadas (la lista sería casi interminable: Jezabel (Jezebel, 1938), La loba (The Little Foxes, 1941), La señora Miniver (Mrs. Miniver, 1942), Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives, 1946), La heredera (The Heiress, 1949) u Horizontes de grandeza (The Big Country, 1958)).
A pesar de que las películas con este tipo de dificultades acaban resintiéndose –quedando, la mayoría de las veces, fuertemente descompensadas- el caso de Rivales es un pequeño milagro: el rebelde Hawks y el chico bueno Wyler fusionan sus estilos en un único discurso que no queda desvirtuado por la forma –es lo bueno del clasicismo: ¿se imaginan como quedaría en la actualidad una película comenzada por Clint Eastwood y acabada por Tony Scott, logrando llevar a buen puerto una historia amarga y nada complaciente.
No en vano Hawks estaba a punto de entrar en una década absolutamente prodigiosa: sus siguientes tres films con Cary Grant revolucionarían varios géneros cinematográficos, así como la dinámica entre los dos sexos, dándole un nuevo significado a la expresión “diálogo ingenioso”.
Pero eso mejor que os lo cuente otro, ¿vale? (Jorge Mauro del Pedro, Miradas de Cine)
Wisconsin lumberman Barney Glasgow (Edward Arnold) makes his fortune by marrying his business associate's daughter to cinch a lucrative partnership, thereby sacrificing the one he truly loves, Lotta Morgan (Frances Farmer). Lotta marries Barney's close pal Swan Bostrom (Walter Brennan) and they beget Lotta Bostrom (also Frances Farmer) who bears a striking resemblance to her mother. Years later, when the elder Lotta is no longer with us, Barney and his son (Joel McCrea) both fall for the young Lotta, causing Barney to work out his troubling sense of loss. This rousing loggers melodrama was the one and only true showcase for the talents of Frances Farmer, who is superb in the dual role of the mother and daughter Lottas (and for a fledgling actor, that's a lotta Lottas), and who would later be made more famous by the biopics based on her life. Co-directed by Howard Hawks (who discovered Farmer, and was ousted from the film when he was rude to producer Samuel Goldwyn) and William Wyler. --Jim Gay
"Hawks es uno de los pocos aristócratas del cine
y la suya es una ética de la nobleza humana." Henri Agel
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